La competencia de cortometrajes

24 julio 2020

 

El cortometraje latinoamericano toma nota de un cambio radical y global que va acentuándose y es a la vez un cambio climático, tecnológico, cultural y espiritual. Esta ruptura, casi ontológica, los cineastas la experimentan profundamente y es visible en la materia misma de sus películas. El uso repetido del super 8 en las películas rodadas en digital, es decir la evocación de un soporte que se ha vuelto obsoleto, es seguramente la expresión emblemática de este cambio. El mundo ya no se imprime ni se expresa de la misma manera.
Dos actitudes predominan frente a esta ruptura. Una consiste, por la fábula (Chakero), el onirismo (El Silencio del río), la melancolía (Gardeliana) o la utopía (Permanencia), en seguir creyendo en la posibilidad de una continuidad y de una armonía en la evolución de la especie, en la transmisión de una experiencia, en perpetuar ciertos valores (esencialmente humanistas), tan violenta como sea esta herencia (Los Niños lobo, Menarca). Esta actitud se manifiesta a través de una forma bastante clásica que privilegia la invisibilidad de una puesta en escena y la fluidez del montaje.
La otra actitud se aplica, en una forma más moderna (rechazo de las estructuras narrativas tradicionales), a señalar esta ruptura. Hace énfasis en la no-evidencia de las cosas (La Enorme Presencia de los muertos), en la inversión de los valores (Mundo), el fin de un mundo (Volando bajo, Teoría social numérica), cuando no es simplemente el fin del mundo (O Prazer de matar insetos).
Estas dos posturas opuestas, por inscribirse en la larga tradición de la historia del arte (los clásicos contra los modernos), permiten en cierta medida situarse frente a la violencia del cambio que se está produciendo.

 

 

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